Violencia filio-parental: características e intervención
En la última década se ha producido un aumento de la violencia ejercida de los hijos a los padres, generando una gran alarma social. En el año 2018 se alcanzó un total de 4388 expedientes judiciales abiertos a adolescentes (media 15-16 años) por agresiones en el ámbito familiar. Además, estos expedientes solo reflejan los casos más graves, en los que la violencia física es extrema, siendo esta conducta la punta del iceberg. Este fenómeno emergente y de gran impacto familiar y social es definido como violencia filio-parental.
La violencia filio-parental se define como las conductas reiteradas de violencia física, psicológica (verbal o no verbal) o económica, dirigida a las y los progenitores, o a aquellas personas que ocupen su lugar (SEVIFIP, 2015).
Como consecuencia de su reciente aparición, o al menos de su emergencia a nivel social, existe escasa información sobre este fenómeno en la población general. Aunque sí está presente en el imaginario familiar una futura agresión física cuando comienzan los insultos y amenazas, no se conocen las causas que promueven este tipo de conductas por lo que es imposible detectarlas y prevenirlas con anterioridad.
De momento, un primer paso es sensibilizar a la población sobre esta nueva problemática con el objetivo de disminuir el estigma asociado que produce en los progenitores un sentimiento de culpa y vergüenza. Estos sentimientos les conducen a vivir todo este sufrimiento en silencio, con el consecuente retraso en la búsqueda de ayuda especializada.
Llegados a este punto solo nos queda preguntar, ¿cómo surge la violencia filio-parental?
Desde el ámbito de la Psicología y debido al auge de esta problemática en la práctica clínica, se han realizado numerosas investigaciones que explican como la interacción de las características personales del adolescente (temperamento) con las características de la familia (pautas de crianza), todo ello bajo la influencia del contexto cultural y social, influyen en el desarrollo y mantenimiento de esta violencia cuando aparecen los conflictos familiares, tan comunes durante la adolescencia. Es por ello, que la intervención de este tipo de violencia no se realiza a nivel individual con el adolescente que ejerce violencia, sino que es necesario una intervención que incluya a la familia.
Uno de los ejes centrales de la intervención familiar en este tipo de conductas es el abordaje de las pautas de crianza inadecuadas (ausencia de normas consistente a la etapa evolutiva y consecuencias ante el incumplimiento) que predisponen al ejercicio de la violencia como método de resolución de conflictos.
Saber poner límites y normas familiares que tienen que cumplir los guían y acompaña en su crecimiento y maduración. En la mayoría de las ocasiones el temperamento difícil expresado en comportamientos de desobediencia y agresividad desde pequeños lleva a los padres a abandonar el uso de límites y normas en casa. Este hecho enseña a los niños/as que estos comportamientos agresivos son un buen método para conseguir aquello que desean, y por otra parte, les aporta un poder que dentro de la estructura familiar no les corresponde (deciden qué, cómo, cuándo y dónde en la mayoría de acciones que los impliquen). Por ello, es muy importante la existencia de límites y consecuencias cuando estos los transgreden para que interioricen que la violencia no es el método para conseguir sus objetivos. Sin embargo, es muy importante tener en cuenta a la hora de establecer límites y normas la etapa evolutiva de los hijos/as, así como escucharlos a medida que se van haciendo mayores para conocer sus necesidades y aprender a negociar con ellos/as. Esta escucha y negociación se complica una vez instaurada la violencia como método de comunicación. Por eso, otro de los ejes centrales de intervención familiar es la comunicación y el afecto, ya que, en la mayoría de las ocasiones, el vínculo afectivo se encuentra muy dañado.
Desde la práctica clínica sabemos los desafíos que supone la educación de los hijos/as. Con esta información presente, queremos dilucidar que la inclusión de la familia en la intervención nunca está focalizada en la búsqueda de culpables, sino en la toma de conciencia sobre la situación presente y la comprensión de la responsabilidad de la estructura familiar necesaria para la superación del conflicto familiar.