Hambre emocional en la infancia: porqué ocurre y cómo prevenirla
En los últimos años ha aparecido un nuevo concepto para hacer referencia al uso de la comida con el objetivo de satisfacer las necesidades emocionales, sobre todo, el manejo de las emociones desagradables como la tristeza, el aburrimiento o la ira. Nos referimos al hambre emocional, ese que nos hizo asaltar la nevera unas tres o cuatro veces al día durante el confinamiento o el que nos hace desear una hamburguesa o una tableta de chocolate tras un estresante día de trabajo. En estas ocasiones, el uso de la comida se ha convertido en una estrategia de regulación emocional nada adaptativa ya que no nos permite regular sino silenciar nuestro estado emocional. Sin embargo, con hambre emocional no se nace (como si ocurre con la sensación física de hambre) sino que se hace (y por tanto, se aprende).
La relación que establecemos con la comida desde la infancia determina nuestros hábitos durante la adolescencia y edad adulta, sobre todo, en nuestra sociedad donde la comida es utilizada con frecuencia como premio o castigo. Es por ello, que en esta entrada nos gustaría centrar la atención en la infancia, ya que en ella es donde se forman los cimientos de una relación sana en la que la comida es fuente de nutrientes y energía para saciar el hambre física, o si además, se crea una relación en la que la comida es utilizada como tapón para cubrir aquellas emociones que se desean enterrar.
¿Qué podemos hacer durante la infancia para no fomentar el hambre emocional?
El primer paso para establecer una relación sana con la comida en la infancia es no premiar ni castigar con comida, y por supuesto, no utilizar la comida como método de distracción en situaciones en las que las emociones desagradables están a flor de piel.
Por ejemplo, un niño que llora en brazos de un familiar porque su figura de apego se ha ido suele ser calmado con gusanitos o una niña que se aburre en una charla entre adultos se distrae con una bolsa de patatas fritas. En ambos casos se fomenta la relación entre la aparición de emociones desagradables y el uso de la comida para calmarlas.
¿Qué se puede hacer en lugar de usar la comida para manejar estas emociones?
Ayudar a identificar y regular las emociones en la infancia, es decir, desarrollar la inteligencia emocional de niño o niña. ¿Qué tal si cambiamos la bolsa de patatas por un cuaderno y colores en el caso de la niña? ¿Y una mantita con el olor de mamá, un abrazo de consuelo y un juego que nos hayan dicho que le gusta en el caso del niño? La búsqueda conjunta de actividades que le ayuden a calmar su aburrimiento o su tristeza les ayudará a ampliar su repertorio de estrategias adaptativas para regular sus emociones, haciéndolos cada vez más un poquito más conscientes a nivel emocional.
Por último, otro aspecto que ayuda durante la infancia a establecer una relación adecuada con la comida es ayudar a los más pequeños a detectar la sensación de hambre y saciedad, a comer cuando su estómago ruge como un león y parar cuando lo siente lleno como un globo. Además, es adecuado fomentar los momentos de comida (almuerzo y cena en especial) como un momento familiar, ausente de distracciones relacionadas con las nuevas tecnologías, así como promover la atención plena sobre la comida. Para ello, se pueden crear juegos con los más pequeños como un veo veo sobre la comida (para centrar el sentido de la vista sobre la comida) o una práctica sencilla de mindful-eating (en el primer bocado de la comida, cerrar los ojos e imaginar el recorrido de la comida, el sabor que deja en la boca…).
Palabras clave: infancia, hambre emocional, emociones desagradables, inteligencia emocional